2 de noviembre de 2014

Capítulo XXVIII: Sofiya Sorokina

Aquella tarde el pequeño pueblo de Glorysneg rebosaba de una calma tan extraña por aquellos lares como su propia existencia. Amy se sentía agobiada, encerrada como estaba en casa de los Doyle, llevaba varios días sin hacer otra cosa aparte de ir al instituto y volver directamente a aquella su humilde morada. Todo se había vuelto monótono con todo el cuidado que estaba teniendo por no relacionarse con demonios. Quizá lo hubiese llevado mejor si sus sueños dejaran de repetirse sin descanso, dejándola en alerta y crispando sus nervios desde las primeras horas de la mañana. Pero continuaba viendo morir a esa mujer, sin poder hacer nada por remediarlo, y era algo verdaderamente muy frustrante, la hacía sentirse impotente a cada instante.

Apartó su mirada del libro que hacía rato había dejado de leer pero que permanecía abierto sobre sus piernas. Esa noche había nevado con fuerza y el pueblo parecía más helado que nunca, aunque ya apenas caían pequeños copos que no lastimaban a nadie. Nunca había visto Glorysneg tan frío, como si la atmósfera y el paisaje quisieran colaborar con su extraño estado anímico. Por suerte, no era la única que empezaba a agobiarse en aquella casa, y Ciro no tardó en subir a su cuarto para ofrecerle ir a dar un paseo. 


Encantada, aceptó. La fría bisa que acostumbraba correr en las calles del pequeño pueblo de la gloria nevada parecía querer cortar sus mejillas, y Amy se aseguró de resguardarse bien dentro su bufanda blanca. Mientras, caminaba en silencio deleitándose con la visión de las pequeñas casas con tejado a dos aguas que tanto le gustaban.

-Amy, ¿te encuentras bien? - Le preguntó Ciro, manteniendo su mirada perdida en el horizonte.

Ella se sintió confusa con la pregunta, y no supo bien cómo contestar.

-No entiendo ¿a qué te refieres? Me estás viendo ¿no? ¿Me pasa algo raro?- Preguntó, examinándose de arriba abajo.

-No, no es eso. Es sólo que últimamente, te noto diferente.

Amy entendió perfectamente lo que quería decir, ella también creía que había cambiado. Desde luego, ya no era la misma niña asustada que había despertado ensangrentada sobre la mesa de su cocina, pero tampoco quería volver atrás, a aquella desalentadora burbuja de ignorancia que la había mantenido perdida durante tanto tiempo. No quería hacerlo, ni siquiera por mucho que desease que algunas cosas fuesen diferentes.

-¿Y eso es malo?- Preguntó un poco angustiada, no quería decepcionarlo.

-No, no es malo. Sólo te veo distinta, más decidida quizás. Pareces incluso más linda - Añadió con una sonrisa que por un segundo iluminó su rostro, aunque seguía pareciendo que algo le preocupaba.-. Es sólo que me preguntaba de dónde sale tanta fuerza y determinación. Es como si estuvieras dispuesta a enfrentarte a algo, y me da miedo no saber a qué.

Sorprendida, guardó silencio meditando su respuesta.

- Creo que no deberías preocuparte tanto - Aseguró revolviéndole el cabello y sonriendo con él.-. Quizás tan sólo esté creciendo, y eso es bueno ¿no?- Preguntó con inocencia.

- Sí - Confirmó él, y esta vez parecía verdaderamente más tranquilo, sonreía con sinceridad.

El pequeño momento de alegría fue interrumpido por una anciana señora que se había cruzado en su camino. Oculta en un grueso abrigo marrón y una mantilla de punto blanco, los observaba desde su corta estatura, sosteniéndose sobre un viejo bastón de roble.  

-Muchacho - Dijo alterándolos y señalando a Ciro-, sigues estando fornido, tú también me valdrás. Acompañadme.

-Amy, te presento a la señora Sofiya Sorokina - Murmuró suspirando, resignado.

Ella se quedó muy sorprendida por la extraña actitud de aquella señora que ya había emprendido su camino sin prestar atención a las presentaciones. Se fijó entonces en que Ciro la seguía, cabizbajo, como si fuera algo común e inevitable, así que Amy apresuró su paso y procuró no demorarse demasiado para no perderse nada de lo que sucedía.

Pronto, llegaron a una casa con tejado a dos aguas mucho más grande de las que estaba acostumbrada a ver en el pequeño pueblo de Glorysneg. Sin embargo, el largo camino que cruzaba lo que en verano debía de ser un inmenso jardín y que llevaba hasta la entraba principal estaba cubierto por una muy gruesa capa de nieve. Amy entendió lo que la anciana quería de ellos cuando colocó una pala sobre las manos de Ciro.

-Ayuda al niño Kirchev, seguro que entre los dos acabáis antes de que se haga de noche.

-Preferiría hacerlo yo solo - Protestaba Ciro mientras enterraba la pala en la nieve, pero Amy no lo escuchaba.

-¿El niño Kirchev...?- Preguntó en un susurro.

-No seas repelente, criatura. No le des disgustos a esta pobre señora y colabora - Ordenó ignorando a Amy, muy lejos de parecer una delicada anciana convaleciente, pero aún así le funcionó -. Dos pares de manos avanzan más rápido que uno, y ya se sabe que cuantos más, mejor.- Dio a modo de explicación con una gran sonrisa de satisfacción.

Para su conmoción halló al susodicho niño Kirchev apilando nieve al otro lado del camino, igual que Ciro. Kaleb lucía concentrado en lo que hacía, pero ella sabía que era muy consciente de su presencia. Un poco incómoda al no saber qué hacer se volvió hacia la señora Sorokina.

-¿Y yo? ¿No hay pala para mí?

En ese momento la mujer la inspeccionó de arriba abajo y sonrió altanera.

-No digas tonterías, esto es cosa de hombres, no necesitan nuestra ayuda. Ven, querida, te invito a un café.

Y de esa manera prácticamente la arrastró hasta la entrada de su casa, cubierta de macetas de pieris muy llamativas, algunas incluso colgaban de las aguas del tejado. La sentó en una mesa pegada a la sólida barandilla del porche; por debajo del mantel había un brasero que enseguida la hizo entrar en calor, mientras la señora Sorokina llegaba con dos tazas de humeante café.

-Te ofrecería entrar, pero me gusta asegurarme de que los muchachos trabajan bien - Comentó distraída mientras se dejaba caer pesadamente sobre la silla frente a ella. Después tomó un sorbo de su taza y clavó sus inteligentes ojos castaños sobre ella. No fue hasta entonces cuando Amy reparó en que estaba ante la presencia de un demonio. Entendió en ese momento por qué Kaleb trabajaba tan tenso y sin mirarla.- Tú eres Amy Nóvikov ¿No es cierto?

-¿C-cómo lo sabe?- Preguntó, tratando de no alterarse en exceso.

-Niña, este es un pueblo pequeño. Yo nunca olvido una cara, y a ti no te había visto antes. Además, hasta no hace mucho tu nombre andaba de boca en boca, no es difícil atar cabos.

Amy asintió, comprensiva, y contempló con detenimiento a la señora Sorokina. Su tez pálida y arrugada le daban un aspecto verdaderamente frágil a pesar de su actitud orgullosa y altiva. De alguna forma consiguió identificarse con ella, así que decidió que podía relajarse un poco.

-Dígame algo, señora Sorokina, ¿siempre pide a extraños que libren el camino de su casa? ¿No tiene a nadie que se lo haga? - Preguntó dispuesta a entablar conversación.

La anciana soltó una grotesca carcajada del todo inesperada.

-Por favor, muchacha, estos no son desconocidos. Los conozco desde que el niño Kirchev se colaba en mi jardín para hacerle alguna trastada a mis hijos, y Ciro corría por ahí con la pequeña Graciella pisándole los talones - Contestó risueña ante los atesorados recuerdos-. Pero sí, tengo tres hermosos hijos que podrían ayudarme - Respondió, resentida.

-¿Y por qué no los ha llamado?- Se atrevió a preguntar.

-Porque ese trío de pánfilos y vagos no son capaces de mover un dedo por su madre. ¿Lo ves normal? Una se pasa la vida dándoles de todo y ellos te pagan así. ¿Te puedes creer que de los tres sólo uno de ellos me ha dado nietos? - Preguntó infinitamente disgustada - Debería darles vergüenza, ya son mayorcitos para sentar cabeza, y no son los únicos - Agregó lanzando una mirada significativa a los jóvenes que fingían no oír la conversación -. Estos dos ya deberían buscar novia, ¿no crees?- Y antes de darle tiempo a contestar continuó como si nada - Sobretodo el niño Kirchev, si sigue como hasta hace poco acabará como mis dos hijos menores, y Serena tiene derecho a conocer a todos sus nietos. ¿No te parece?

- No lo sé, yo no la conozco.

-Pues deberías, es una mujer sencillamente encantadora. No como las Korsakov, una plaga de ratas que lamentan no tener ponzoña - Dijo dejando ver la antipatía que le producían sin ninguna clase de remordimientos -. El niño Kirchev estuvo con una de ellas, menudo disgusto me dio el muchacho. Pero un día la dejó sin dar ninguna explicación - Sonrió satisfecha-. Le estuvo bien por ligera de faldas -. Añadió en tono confidencial- Al parecer quedó destrozada - Continuó incrédula.

-Ya veo. Tal vez no sea lo suyo cortar las relaciones con tacto.

-Esa muchacha no se merecía ningún tacto. Se encaprichó con él porque no le hacía caso, y cuando consiguió meterse en su cama, se encolerizaba porque no la celaba como un perro. Qué niña más insolente.

En ese momento, un Kaleb muy irritado clavó la pala en la nieve y subió varios peldaños de las escaleras para quedar a su altura.

-Quizá, señora Sorokina, debería dejar de meterse en la vida de los demás sin su permiso.

-Quizá deberías seguir tu propio consejo y no meterte en conversaciones ajenas - Le espetó Amy, incapaz de refrenarse, su sola presencia le crispaba los nervios -¿Por qué no continúas con tu trabajo y nos dejas tomar el café tranquilas?

-Lo haría encantado si no se estuviera destripando mi vida personal en la conversación en la que no me debería meter. Todas esas cosas no son incumbencia de ninguna de las dos - Dejó caer con voz gélida y retadora.

Amy lo taladró con la mirada y sufrió el irracional deseo de crear un escudo lo suficientemente grande como para golpearle la cabeza, cosa que no podía permitirse hacer con Ciro y la señora Sorokina de espectadores, lo que sin duda y en su opinión era una verdadera lástima. Por suerte, Kaleb supo leer entre líneas sus pensamientos y casi perdió el color frente a ellas. Amy quiso reír por su reacción, pero en lugar de eso se volvió hacia la señora Sorokina, que los observaba con atención.

-Tranquilo estoy segura de que encontraremos temas mucho más interesantes de los que hablar, así que ya puedes continuar con tu trabajo o no acabaréis hoy.

Kaleb, a su lado, rechinó los dientes, y maldiciendo regresó a hacer su tarea. Sin embargo, su enfado era tan descomunal que se podía palpar en el aire. No sólo le molestaba que hablasen sobre él, Amy se estaba saltando las reglas y ambos lo sabían. Estaba confraternizando con un demonio y eso no le convenía, aquella señora era muy inteligente y observadora. Al más mínimo descuido, podría delatarse. Ella se daría cuenta de su secreto, y entonces todo serían problemas. Así que Amy condujo el resto de la conversación a temas más banales, como los nuevos diseños de la sastrería de los Berezutski.

Acabaron sorprendentemente pronto, tal vez porque ambos temían los temas que la señora Sorokina podía decidir sacar a relucir, o quizá porque ambos parecían haber hecho una especie de absurda competencia por ver quién era más rápido, pero el caso era que habían hecho un buen trabajo. Amy descendió las escaleras después de su segunda taza de café, y admiró el camino libre de nieve. Lo único que desencajaba un poco era un gran montículo de nieve que había a un lado de la casa, pero a la señora Sorokina no parecía importarle. Por el contrario, se veía muy satisfecha, lo que la hizo sonreír.

-¡Vaya, parece que lo mal que os lleváis no os impide hacer un buen equipo!- Exclamó alegre, contagiada por el buen humor de la señora Sorokina.

- No es un trabajo tan difícil, podría haberlo hecho mejor sin el chucho por aquí estorbando - Comentó Kaleb molesto.

Sin pensarlo dos veces, Amy le propinó una patada con todas sus fuerzas al enorme montículo de nieve, que cayó sobre el camino y la entrada de las escaleras, rompiendo una de las macetas de la señora Sorokina.

-¡Ups! ¡Pero qué torpe que soy!- Exclamó con exagerado dramatismo ante los dos estupefactos muchachos y la expectante anciana -. Es una suerte que no sea un trabajo tan difícil para ti, Kaleb. No te preocupes, esta vez me llevaré a Ciro para que no te estorbe - Añadió, haciendo énfasis en el nombre de su amigo, y dedicándole una deslumbrante sonrisa a su muy atónito interlocutor antes de volverse hacia su anfitriona-. Señora Sorokina, lamento mucho haber roto su planta de pieris, pero no se preocupe, estoy segura de que Kaleb es tan eficiente que se la repondrá - Terminó con una afable sonrisa reconciliadora.

-Amy Nóvikov - Oyó murmurar a Kaleb entre dientes; todo él era ira contenida.

La señora Sorokina rió estruendosamente, haciendo que Ciro, que se había estado conteniendo hasta el momento, riese con ella. Entonces, cuando se calmó un poco, colocó su pequeña y arrugada mano sobre el brazo de Amy.

-Estoy segura de ello - Afirmó jocosa pero sin dejar lugar a una negación-. Me gustas, muchacha, puedes venir a tomar café a mi casa siempre que quieras - Añadió sonriendo.

-Muchas gracias - Agradeció Amy bastante sonrojada y se despidió con afecto, segura que de que ese no era un ofrecimiento que la señora Sorokina hiciese con mucha frecuencia.

La mirada de la anciana se deslizó entre Kaleb y Amy mientras esta última se alejaba por el camino de vuelta a casa, y Kaleb maldecía en un idioma ininteligible para ella.

-¿Sabes? Haríais buena pareja - Escuchó decir a la mujer mayor antes de doblar la esquina.

No escuchó la respuesta de Kaleb pero no le importaba, la señora Sorokina se equivocaba. Él y ella nunca podrían llegar a tener nada, pero no la juzgó por haber pensado en ello; después de todo, ella también había cometido el mismo error.

-Oye, Amy - La llamó Ciro, sacándola de sus cavilaciones.

-Dime.

-¿Qué es lo que te pasa con Kaleb? Creía que te caían bien - preguntó curioso.

Amy, helada, abrió los ojos de par en par, y se apresuró a buscar una respuesta convincente.

-Es que... no soporto su actitud con su hermana - Dijo para salir del paso, lo bueno era que en cierta forma no le estaba mintiendo -. La pobre ha sufrido mucho por Vladimir, y ya tiene bastante con tratar de comprender que su vida no se ha detenido con la desgracia de ese chico como para que él vaya por ahí poniéndole trabas al único hombre que parece estar haciendo algo por sacarla de su caparazón. ¿Quién se ha creído que es para...?- Se detuvo de inmediato al comprender que había cometido un inmenso error, y se tapó la boca con ambas manos espantada.

Eso era algo que Nika le había confesado en secreto, y ella acaba de divulgarlo sin miramientos. Y por si fuera poco, no a cualquiera, sino al mejor amigo de su exnovio. Se sintió morir en aquel instante. Sus estúpidos impulsos y arranques de ira la habían llevado a traicionar la confianza de su única amiga. Solo esperaba que Ciro no fuera a reprocharle nada; es más, estaba aterrada con la sola idea de poder ocasionarle algún problema a Nika.

-Así que hay otro chico...- Murmuró Ciro a su espalda mientras Amy se tensaba cada vez más frente a él-. Me alegro por ella.- Comentó sorprendiéndola.

-¿En serio?- Preguntó incrédula.

-Pues claro que sí, ¿crees que me gusta verla vagabundeando por el instituto como si fuera un alma en pena?

Amy volvió a sonrojarse por la firmeza de su voz, y negó con la cabeza.

-No, claro que no. A mí tampoco me gusta - Admitió.
    
-Además, Vladimir habría querido que continuara. Él solo quería verla feliz.

Ella no pudo más que darle la razón, y se prometió a sí misma que le repetiría a Nika esa última frase, palabra por palabra, cuando le contase lo ocurrido. Solo esperaba que escuchara sus palabras y pudiera perdonarla.


Angie

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