13 de agosto de 2014

Capítulo XXI: Día de tormenta

Amaneció lentamente, y los rayos más brillantes se filtraron a través de los gruesos cristales de las ventanas. La cama estaba perfectamente hecha, nadie había dormido en aquella habitación, y el silencio parecía un reflejo perfecto del mutis de su corazón. Nika pestañeó cuando la luz le dio en los ojos, y por unos minutos olvidó que estaban en un minúsculo pueblo en medio de Siberia, donde el verano en realidad era una ilusión, y todo el calor que podía llegar a ella procedía del fuego de las chimeneas o del suave tejido de las mantas. 

Se dirigió a su lavabo privado, se despojó de sus ropas, y dejó que el agua tibia de la ducha empapase sus cabellos, todo su cuerpo de piel blanca, mientras en su mente los pensamientos se enredaban cada vez más. Después de dieciocho años, había tenido la primera pelea seria con su hermano, con su mejor amigo. Y no sabría decir exactamente cuál había sido el motivo, o quién era más culpable de los dos. Él se había vuelto loco de amor, pero loco al fin y al cabo. Ella le había mentido, le había ocultado el secreto de Amy, y lo había antepuesto a su supuesto deber como miembro de la comunidad demoníaca. Pero había sido Kaleb quien había empezado la pelea física, y eso no podría olvidarlo con facilidad. Además, no había vuelto a casa, y Nika rezó porque no se le hubiese ocurrido ir a ver a Amy.


Se puso el uniforme de la escuela, se calzó con aquellas duras botas de cuero, perfectas para la nieve, y por primera vez desde la muerte de Vladimir bajó a desayunar. No estaba interpretando un papel de viuda desconsolada, no trataba de hacer el drama, simplemente se levantaba pensando en vivir un día más mientras su primer amor se pudría en la tumba y su estómago se cerraba. Lo mismo se aplicaba a las cenas, por lo que su alimentación se reducía a obligarse a comer a mediodía para no morir desnutrida. 

Los ojos verde pálido de su madre se desorbitaron en cuanto la vio entrar en la impoluta cocina de la mansión, y una tierna sonrisa cargada de sorpresa y emoción se dibujó en sus perfectos labios rosados.

- Buenos días, cariño – Con euforia, terminó de vaciar la sartén de huevos revueltos, los puso en una fuente y los dejó con habilidad sobre la mesa antes de acercarse para besar la frente de su hija.

- Buenos días, mamá – Le sonrió. A pesar de no haber dormido y de lo ocurrido la noche anterior, sintió un enorme deseo de hacer que su madre no se preocupase más por ella. Tendría que aprender a ser una perfecta mentirosa.-. ¿Es muy temprano para desayunar?

- ¡No! ¡Por supuesto que no! Vamos, siéntate – Casi danzando, Serena regresó a los fogones, donde la leche se calentaba y se hacía el café. Todavía quedaba media hora para que el resto de la casa se pusiese en pie, pero a la primera dama de los Kirchev le pareció tan buena noticia que Nika quisiese volver a comer que procuró acelerar el proceso.-. ¿Has dormido bien?

- Sí, claro. No he dormido demasiado, pero estoy descansada – Se encogió de hombros, y la esbelta mujer asintió con la felicidad grabada a fuego en las pupilas. Como llevada por un resorte, Serena cogió al vuelo las tostadas que acababan de saltar, las puso sobre un plato y dio una vuelta sobre sí misma para sacar a toda velocidad tantos tipos de mermelada como encontró en el frigorífico.-. Mamá, ¿te ayudo con eso?

- ¡No, para nada! – Alegremente, lo dejó todo frente a los ojos de Nika, quien lo fue ordenando sobre la mesa, porque tal y como su madre lo ponía parecía un banquete exclusivo.- Hay mermelada de fresa, de arándanos, de manzana, de melocotón… Oh, creo que queda algo de la de grosellas, y si no puedo ir un momento a comprar más…

- ¡Mamá! – La interrumpió, entre divertida y preocupada.- Está bien así, de verdad. Gracias – Con timidez, casi como si hubiese olvidado cómo se desayuna, cogió una tostada y la untó primero con mantequilla y después con deliciosa mermelada de arándanos. Después, se sirvió un vaso de zumo de naranja, y no tuvo tiempo a más, porque su madre acababa de dejar junto a ella un tazón lleno de leche calentita con una gota de miel, exactamente igual que cuando era una niña. Pestañeó, y se dedicó a echar cereales sobre la leche al tiempo que su madre se acomodaba frente a ella con una taza de humeante café.-. Mamá…

- ¿Sí, cielo? –Respondió, sirviéndose huevos rellenos en un plato.

- Siento haberte preocupado estos días – Sus rasgados ojos verdes se clavaron en los de su hija, y la complicidad chispeó entre ambas.-. Ya estoy mejor, de verdad. No volveré a preocuparte.

- Nika – Su voz fue una melodía absolutamente perfecta.-, soy tu madre. Voy a preocuparme siempre, pase lo que pase. Pero me alegra saber que ya vuelves a ser la de siempre.

Unos pasos las alertaron de que ya había más gente despierta, y no pasaron ni dos minutos antes de que entrasen Theodor y Marina por la puerta. Su hermano mayor la saludó revolviéndole el pelo, cosa que siempre había odiado, pero aquel día no le molestó. Se limitó a sonreír a los recién llegados y continuar con su magnífico desayuno. 

Tampoco tardó en llegar su padre, que se sorprendió gratamente de verla allí sentada, devorando ya la cuarta tostada de la mañana. Claro que Grigori no lo mostró tan abiertamente como su esposa; se limitó a sentarse junto a su única hija, a dedicarle una sonrisa velada y a decirle:

- Tienes buen aspecto. 

Nika asintió en silencio, con una tímida sonrisa. Su padre y ella se llevaban bien, pero no eran precisamente cercanos. Él estaba completamente entregado a su papel como cabeza de familia, y muchas veces anteponía su status demoníaco a su existencia como padre. Para más inri, desde la aparición de Sergei en sus vidas, apenas habían hablado, y entre ambos existía ahora mismo una infranqueable barrera de hielo. 

Un portazo descuidado sobresaltó a los comensales. Kaleb. La joven apuró su desayuno, preparada para placar a su hermano en busca de respuestas, salió de su sitio en la mesa y abandonó la cocina, no sin antes besar la mejilla de su madre. Subió las escaleras a trompicones, y lo encontró rumbo a su dormitorio. Sin dudarlo un instante, corrió para aferrarse a su muñeca, y al obligarlo a girarse pudo observar su torso desnudo, y la marca del dragón todavía visible sobre su pectoral izquierdo. 

Retrocedió dos pasos, llevándose las manos a una boca entreabierta de la que sólo pudo salir una cosa:

- ¿Qué has hecho?

- No es de tu incumbencia – Hielo puro salía de la boca de su hermano, casi ácido y sin duda cortante. Poco a poco, pudo observar cómo el brillo en la mirada de su hermano se desvanecía, cómo algo empezaba a pudrirse en su interior, y en su fuero interno se debatió entre darle una bofetada bien dada o abrazarlo con todas sus fuerzas.

- Sólo dime una cosa.

- No quiero hablar de esto, Nika – Gruñó, dándole la espalda.

- ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué, después de lo que me dijiste anoche?

- ¡No lo he hecho! – Chilló, dándose la vuelta para aparecer, imponente, a escasos centímetros de su hermana.- No he… podido…

- Kaleb…

- ¡Y si lo he intentado te aseguro que ha sido por una buena razón! ¡Lo intentaría mil veces más si fuese capaz de pensarlo siquiera! – Su voz se rompió, probablemente como reflejo de su propia alma. Nika se encogió sobre sí misma, tragó saliva, y desvió la mirada. ¿Qué razón podría llevar a alguien que te ama a intentar matarte? Sopesó las opciones, pero ninguna fue lo suficientemente lógica. Suspiró con cansancio.

- Espero que toda esa ira provenga de tus remordimientos, Kaleb, porque vas a tener que pensar muy seriamente en esto. 

- Cállate, Nika – Ordenó, exasperado.

- ¡No me mandes callar! ¡No puedes ir diciendo esas cosas tan a la ligera, para luego dedicarte a jugar a los extremos! 

- ¡Cállate! 

- ¡Kaleb! – El demonio dejó de gritar, de hiperventilar, de tiritar como una bestia a punto de atacar a su presa. Nika bajó la voz lo suficiente para que nadie los escuchase.- Estará muerta de miedo en algún rincón, preguntándose el porqué de esta traición… Si ibas a hacerlo, haberlo hecho bien. Pero esto es imperdonable.

- Yo… Nika… Joder… - Sus ojos se anegaron de lágrimas, y como un animal herido se derrumbó sobre su hermana, abrazándola, dejándose inundar por su aroma dulce y su voz sosegada.- No me eches en cara lo que ya sé… No me recuerdes que soy un monstruo cuando en una noche he herido de forma incurable a las dos únicas personas a las que he querido nunca.

- Entonces dime por qué, Kaleb, dime qué te ha llevado a… esto…

- Tenía que hacer algo – Se irguió, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.-. Prefiero ser yo quien acabe con esto antes de que nadie más lo sepa.

- ¿Qué quieres decir?

- …Olvídalo – Dicho esto, el joven desapareció por la puerta que daba a su dormitorio, y la pequeña de los Kirchev observó otro infranqueable muro de hielo dentro de aquella casa.

Trató de no pensar en el tema a lo largo del día, pero la mañana se le hizo eterna. Como había supuesto, Amy no había aparecido por el instituto, y al parecer Ciro tampoco lo había hecho. O, al menos, no lo había visto por allí. Así que, durante la hora del almuerzo, mientras comía en la cafetería junto a otros compañeros y compañeras, decidió que al salir del instituto se pasaría por casa de los Doyle.

Se las arregló para conseguir la lista de tareas y apuntes que Amy se había perdido, y pensando que era una gran excusa se vistió con una gran sonrisa antes de llamar a la puerta de aquella casa. Judd Doyle, con el semblante sombrío y cara de pocos amigos, abrió la puerta.

- ¿Sí? 

- Buenas tardes, he… notado que Amy no ha venido a clase, y he venido para traerle las tareas y ver cómo se encuentra – Sonrió, a sabiendas de que a aquel gélido hombre no le agradaba su presencia.

- Amy está descansando – Tomó la lista que Nika le había mostrado, a pesar de que no se la estaba entregando, y se tensó un poco.-. Es mejor que nadie la moleste.

- Oh, yo… no la molestaré, sólo quería saludarla, saber si necesita algo…

- Le haré llegar tu saludo, descuida – Respondió, cortante.

- Pero, yo sólo…

- Amy no necesita saber nada de ningún Kirchev.

Ofendida, la muchacha agachó la cabeza y asintió en silencio, pero sólo retrocedió para evitar el portazo. Por mucho que se empeñase, aquel día no quería mejorar, pero no iba a rendirse todavía. Discretamente, rodeó la casa, asegurándose de evitar las ventanas y de camuflar su olor con el de los arbustos y árboles del jardín. Ágilmente, se subió a un gran almendro, y de un salto se posó en el alféizar de la ventana más cercana. Echando un vistazo a su interior, la identificó como la ventana de Ciro, así que saltó a la siguiente y la vio. Amy observaba el vacío, envuelta en sus mantas, sin moverse un ápice. Una garra cruel desgarró el corazón de Nika al ver a la pequeña muchacha de grandes ojos verdes en ese estado tan débil, y en seguida se preguntó, igual que por la mañana, ¿por qué? Con sigilo, golpeó el cristal con los nudillos, atrayendo su atención, y por suerte no tardó en ser recibida. Se descolgó por la ventana hacia el interior de la estancia, cerró tras ella y se giró para ver a su amiga. Seguía envuelta en las mantas, así que salvo su cara y sus rizos castaños apenas podía ver nada en ella, ya que instintivamente buscaba heridas. 

- Nika… - Pronunció con la voz rota.

- Baja la voz – Le indicó con un gesto.-, Judd me ha impedido entrar por la puerta. Si me descubre aquí, estamos muertas.

Asintió, y la recién llegada no pudo evitar abrazarla. Sorprendida, Amy abrió mucho los ojos, pero agradeció el calor humano hasta límites insospechados.

- ¿Por qué has venido? – Quiso saber, sentándose de nuevo en la cama. Nika se sentó junto a ella, y observó la estancia con calma.

- Quería saber si estabas bien. Y… Amy – Le sostuvo la mirada con firmeza.-, lo siento muchísimo – La amargura se hizo presente en sus palabras.-. Ha sido culpa mía, yo… no tuve otra opción, yo… - Los ojos le ardían, pero ya no tenía nada que llorar.- Kaleb y yo nos peleamos anoche.

- ¿Cómo? – Pestañeó ella, perpleja.

- Antes de que viniese a verte, trató de interrogarme. Dedujo que yo sabía lo que te pasaba, e intenté mentirle, de veras que sí… - Se disculpó, reteniendo unas ganas terribles de llorar. Pero no lo haría, sería fuerte por las dos.- Pero mi hermano es más fuerte que yo. No sólo descubrió mi mentira, sino que ganó la pelea y estaba dispuesto a matar con tal de saber qué te atormentaba, Amy – Sus ojos verdes chispearon un momento, pero en seguida se apagaron en un mar de caos y decepción.-. No sabía que intentaría matarte.

- No es culpa tuya – Negó con la cabeza, sorprendiendo a Nika.-. Yo habría confiado en Kaleb, si hubiese estado en tu lugar se lo habría dicho. Confío – Se detuvo, como congelada en medio del acogedor dormitorio.-. No, confiaba en tu hermano. Así que no te disculpes.

La muchacha asintió en silencio, poniéndose en pie y paseando por la estancia, todavía envuelta en su grueso abrigo negro. Gracias a su poder, pudo sentir a Judd muy tranquilo en la otra punta de la casa, pero ni rastro de James y Ciro. Si su único enemigo era él, parecía estar controlado. 

- Nika – La voz de Amy rompió el silencio, y la chica se giró para verla bien. Temblaba de puro terror, y sus pupilas titilaban descontroladas; incontables rastros de lágrimas secadas horas atrás marcaban sus mejillas, sólo unos ojos de demonio podrían haberlos visto. El rojo más cruel inundaba su piel, y Nika corrió rauda a estrecharla entre sus brazos.-, ¿crees que se lo dirá a alguien?

- No, no lo creo – Murmuró, acariciando sus cabellos, tratando de calmarla.-. Esta mañana he hablado con él, y me ha dicho algo sobre tener que hacer algo antes de que nadie lo sepa – Entonces, como por arte de magia, una luz se encendió en su cabeza, y todo se puso en marcha. Acababa de ocurrírsele un motivo, una justificación para lo que Kaleb había intentado hacer. Pero no pensaba decirlo, no ahora, porque de no ser cierto rompería el corazón de Amy más de lo que ya estaba.

- ¿Qué crees que pasará ahora? – La luz que desprendía aquella menuda muchacha de cabellos rizados se había apagado, del mismo modo que ya no quedaban lágrimas en sus verdes orbes ni llanto en su gastada garganta. El fantasma de la vida y una voz agrietada eran todo lo que Amy conservaba, eso y un fuerte instinto de supervivencia que la menor de los Kirchev habría detectado a kilómetros de distancia.

Nika tragó saliva, tratando de vislumbrar algún haz de luz en el incierto futuro que se les presentaba. ¿Acaso no iba a poder salvarla? ¿Su lucha sería inútil? Se armó de valor, consciente de que su madurez le permitía un amplio espectro de posibilidades, y optó por decir la única verdad de la que estaba segura:

- Pase lo que pase, yo voy a estar contigo, Amy. Y haré cuanto esté en mi mano para que nadie te descubra.

Un último abrazo antes de que Nika se descolgase de nuevo ventana abajo, haciendo un único ruido sordo al tocar con los pies en la nieve, y puso rumbo a ninguna parte. 
La tranquilidad que se respiraba en las calles del centro de Glorysneg, el silencio entre las pequeñas casas y las grandes mansiones, la paz absoluta entre los viandantes, entre los clientes de cafés y comercios… Todo le sabía a mentira y a cáscara vacía. Se refugió en su abrigo y continuó su camino, clavando sus ojos de plata en todas partes, tratando de buscar alguna distracción. Entonces, frente a ella apareció el pequeño parque infantil de Glorysneg, algo destartalado por el paso de los años y las desavenencias del clima, y sin pensárselo dos veces atravesó la valla de madera. Dejó atrás los toboganes, los balancines y aquella rueda en la que le encantaba subirse cuando era una niña, y avanzó hasta acomodarse en uno de los columpios de cadenas oxidadas y melodía solitaria. 

Normalmente, los chirridos habrían perturbado sus aguzados oídos, y aquel olor a óxido y suciedad le habría hecho arrugar la nariz. Sin embargo, se quedó quieta, paralizada, barajando dos imágenes en la mente: los ojos de Kaleb, encharcados, iracundos, tan muertos como vivos, demoníacos; los ojos de Amy, rotos, secos, vacíos, contenedores de un valor que no se esfuma del todo. Echó un vistazo al cielo, un gris más oscuro que de costumbre parecía devorar cada hora de luz, y poco a poco se acercaba el atardecer. Le resultó increíble cómo el mundo podía ofrecer una metáfora tan fidedigna de lo que había sido su día, de cómo hasta la mínima buena noticia quedaba aplastada bajo el peso del porvenir. Claramente, aunque no nevaba ni llovía y ni siquiera hacía viento, estaba viviendo un día de tormenta.

Una mano sobre su hombro la sobresaltó, y sin poder evitarlo dio un respingo.

- ¿No deberías volver a casa? Es tarde. Podrían comerte los monstruos – Bromeó Dimitri, sonriendo con aquel gesto torcido que acentuaba sus rasgados ojos de gato. Nika trató de sonreírle, pero la había sobresaltado en el momento en que se hallaba más absorta en sus pensamientos, y su cuerpo no quería responder. Con elegancia, el joven demonio se sentó en el columpio contiguo y se acomodó contra una de las oxidadas cadenas, clavando sus pupilas en ella.

- Todavía no es demasiado tarde – Respondió con voz gastada.-, a esta hora los monstruos sólo arañan.
- Ahora en serio – Una suave risa salió de entre sus dientes. Nika no reaccionó.-, ¿no deberías volver a casa? No tienes buena cara, tal vez…

- No tengo ganas de ver a nadie, y en mi casa siempre hay mucha gente – Con aspereza, las palabras salieron a borbotones para cortar el discurso del chico. Él carraspeó, desvió la mirada, y dejó que pasasen algunos minutos antes de volver a empezar.

- Menos mal que yo no soy nadie –Alargando el brazo, se apoderó de una de las cadenas del columpio que Nika ocupaba, tiró de ella y lo arrastró, consiguiendo tenerla sentada junto a él. La morena ni siquiera hizo amago de resistirse, no tenía fuerzas para ello, y Dimitri se percató de ello.-. Esperaba un puchero como mínimo, me decepcionas, Nika Kirchev.

- Te encantaría verme hacer pucheros, ¿verdad? – Entornó los ojos y sus labios se entreabrieron, todo en la muchacha parecía un reto ante los ojos dorados del demonio.

- Lo cierto es que sí, pero si ya lo sabes fingiré que no es así. Y hablando de todo un poco – La acercó todavía más, y se inclinó para reflejarse en sus ojos.-, tus padres nos han invitado a cenar en casa, así que esta noche nos toca velada familiar – Arqueó las cejas, y se puso en pie. Ella no tardó demasiado en imitarlo, y en silencio emprendieron el camino hacia la mansión de los Kirchev.

Las nubes cada vez se tupían más en el angosto firmamento, los árboles del bosque que cercaban el pueblo semejaban diabólicas manos negras salidas del subsuelo, y a lo lejos el primer rayo cayó. Aceleraron el paso, pero aun así las primeras gotas de lluvia los pillaron muy lejos de casa. Apenas fueron suficientes para humedecerles el pelo, pero a Nika le parecieron perfectas como sustitutas de las lágrimas que no era capaz de derramar. Sin darse cuenta, chocó contra Dimitri, que se había detenido frente a ella con el semblante en sombra.

- ¿Por qué has parado? – Preguntó con la voz sumergida en sus pensamientos.

Y él, sencillamente, se adueñó de una de sus muñecas y tiró de ella, apresándola con una mano en la nuca y otra en la espalda, abrazándola sin más en aquel atardecer lluvioso y lo suficientemente horrendo como para que ningún pintor lo pintase, como para que ningún fotógrafo lo plasmase en sus imágenes. 

- Me gustan las mujeres fuertes, Nika – La morena pudo sentir su voz haciendo eco en su caja torácica, y aquella vibración le fascinó.-. Pero ser fuerte muchas veces implica hacerse daño interno para seguir adelante. Y eso es algo que no quiero que hagas.

No sabía cómo podía Dimitri Smirnov saber aquello. No entendía a qué se debía aquel nivel de comprensión que llegaba a un profundo estadio, tan profundo que hacía que su poder latiese del mismo modo, en la misma frecuencia y por las mismas causas. Pero como tampoco comprendía por qué alguien tan bueno como Kaleb, o como Amy, estaba destinado a sufrir y a perderlo todo, dejó de hacerse preguntas, se aferró a su cuerpo, buscó sus ojos en la niebla que las nuevas lágrimas habían formado en sus ojos y lo besó con intensidad, como si la vida le fuese en ello. Sin palabras, sin preguntas, los dos demonios se besaron en el camino y decidieron que a veces es necesario olvidar para dar un pequeño respiro al alma.



Emily

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