17 de octubre de 2012

Capítulo XI: Fiebre.

Pedalearon el uno junto al otro, como siempre, primero hacia la entrada del pueblo, y luego en sentido contrario, rodeando por completo la estructura de Glorysneg y saliendo de sus garras de gloria nevada para adentrarse en el desnudo manto de la estepa. El cielo perlado se fundía en una casi invisible línea del horizonte con la blanca nieve que ante ellos todo cubría, pero sólo ocurrió hasta que las oscuras aguas fueron visibles. La nieve era más fina cuanto más se acercaban a las aguas del fiero mar de Kara, y era sustituida por dura tierra mojada, marcada ahora por las huellas de los dos jóvenes y sus bicicletas. Habían tardado toda la mañana en llegar allí, pero sólo la visión del mar y el rugir de sus tripas sirvieron para interrumpir su constante conversación. A pesar de su nueva situación amorosa, Nika y Vladimir seguían siendo amigos por encima de todo, y como cada semana, habían sacado las bicis del garaje para pasear y estar un rato lejos de todo.

Sin embargo, aquella era la primera vez que no se limitarían a montar y pedalear. Como Vlad había sugerido, comerían en la playa –que más que playa parecía un congelador- como si de un picnic se tratase.

Dejaron las bicicletas sobre la gruesa arena y se acomodaron en la manta de picnic que el muchacho había traído, aun sabiendo que su madre le mataría si se llenaba de tierra. Ella se había levantado antes del amanecer para preparar una suculenta comida, y el sólo imaginarse a Nika en la cocina, cocinando para él, hizo que Vlad sonriese tontamente mientras la morena lo extendía todo sobre el mantel. Por alguna razón, a simple vista nadie podía ver lo dulce que llegaba a ser Nika cuando quería a alguien de verdad, pero hasta él se sorprendió con aquello. Tuvo que pestañear varias veces ante el festín.

-¿Qué es todo esto, Nika?

-Pues ensalada Olivié* , sopa Schi de col, pelmeni, pan negro, té y priánik–Contestó con una gran sonrisa según señalaba cada tartera.

-No me refería a eso –Le devolvió el gesto-, sino a por qué te has esforzado tanto si sabes que yo con un sándwich soy feliz.

-Pues porque –Se sonrojó, tragó saliva y sacudió la cabeza-… Da igual, no tiene importancia.

-Te has sonrojado, quiero saber lo que es –La atrajo hacia sí tirando de sus brazos.

-No, Vlad…

-¿Ah, no? –Comenzó a hacerle cosquillas en el abdomen hasta que la derribó y se dejó caer suavemente sobre ella. Las risas se silenciaron, y Nika, todavía más colorada, desvió la mirada de los profundos ojos azules de Vladimir antes de contestar.

-Para mí esto es mi primera cita, y me importa mucho.

El rubio tomó su barbilla con delicadeza y besó sus labios dulcemente, haciendo que el frío siberiano restallase contra el calor de sus cuerpos. No quería separarse de ella todavía, pero si no lo hacía la situación se volvería incómoda. Se incorporó y tiró de su chica para ayudarla.

Sus ojos plateados expresaban confusión cuando se separaron. ¿Por qué se estaba reprimiendo Vladimir? Claro que aquello le venía de perlas teniendo en cuenta el trato que había hecho con Sergei, pero… Ella también sentía curiosidad y deseos por él. Parpadeó y comenzaron a servirse la comida en un incómodo silencio. 

En un determinado momento en medio del sepulcral mutis, sus manos se encontraron a la hora de tomar una segunda taza de té. Sus ojos ardieron en preguntas que debían realizar, pero se limitaron a esbozar una tímida sonrisa de consuelo.

-Siento haber sido tan brusco antes –Se disculpó él sin borrar la sonrisa.

-¿Brusco? 

-Escucha, Nika, tú me importas de veras… No quiero dar ni un solo paso en falso contigo.

La muchacha pestañeó de nuevo, disipando las lágrimas de ilusión que se formaban en sus ojos plateados. Apartó todo lo que había entre ambos y se aferró a su cuello, sorprendiéndole gratamente.
-Para mí está bien así –Su rostro estaba teñido en el sonrojo más incandescente. Clavó sus pupilas en las del rubio, dejando apenas unos centímetros entre ambos-. Te quiero, Vlad. No creo que pueda querer a otra persona que no seas tú.

Sin mediar palabra, la tomó por la cintura y la invitó a sentarse a horcajadas sobre él, fusionando sus bocas en el beso más perfecto que hubiesen imaginado hasta entonces. Podía notar cómo su sangre comenzaba a hervir a cada roce con el cuerpo de Nika, cómo su piel se electrizaba y todo su cuerpo reaccionaba. Lentamente, se dejó caer sobre ella, apoyándola delicadamente contra el mantel de picnic y sin separar un ápice sus complexiones. Los brazos de la morena se enredaban en su pescuezo mientras sus dedos jugueteaban con los dorados cabellos, provocándole un escalofrío tras otro. El frío siberiano se convirtió en un ambiente febril y acalorado que incitaba a librarse de cuantas prendas cubriesen sus hechuras. 

No obstante, Vladimir apenas sentía una décima parte de lo que Nika estaba notando. Algo bullía literalmente en su interior, ninguna parte de su cuerpo parecía suya, estaba físicamente adormecida y mentalmente agotada. Su respiración agitada parecía más propia de quien escapa de un feroz asesino que de quien se encuentra en una tórrida sesión de besuqueos con su novio. Y es que un feroz calor interno abrasaba todo su organismo, apenas podía pensar, sólo se dejaba llevar por cada estímulo eléctrico que Vladimir le provocaba. En cierto momento, su espalda se arqueó bruscamente, alertando al muchacho de que algo le ocurría.

-Nika –La sostuvo contra el suelo, examinándola con preocupación. Cuando recuperó algo de oxígeno, prosiguió.-. ¿Qué ha pasado?

-Lo… siento… -Siseó.

-Estás ardiendo –Le tocó la frente-, creo que tienes fiebre.

-No –Se incorporó un poco-, sólo necesito… un minuto… -Dijo, justo antes de que sus brazos fallasen y se precipitase al suelo con brusquedad.

-¡Nika! –La sujetó y la apretó contra su cuerpo- Estás enferma, voy a llevarte a casa.

-No quiero ir a casa –Con debilidad, le abrazó por la cintura y reposó la cabeza contra su pecho-, quiero quedarme contigo.

Vladimir no pudo convencerla, así que la acomodó sobre su regazo y acarició sus mejillas hasta que su respiración volvió a ser regular. La observó. Había olvidado que con aquel frío, no era bueno hacer ese tipo de cosas, porque seguramente enfermarían y se sentirían culpables. Suspiró. Estaba tan hermosa cuando cerraba los ojos… Resultaba curioso lo que había cambiado la imagen que tenía de su pequeña Nika Kirchev. Siempre había pensado en ella como en una chica orgullosa de sí misma, fuerte y tenaz, que no duda en luchar por lo que cree. Pero desde que habían empezado a salir, conocía esa faceta suya de ternura y vulnerabilidad, de ruborizarse por cualquier cosa y de parecerse a ese personaje tímido y adorable que todos los cómics manga para chicas tienen. Sonrió. Se sentía tremendamente afortunado por tenerla, y esperaba poder conservarla siempre.

-Vlad –Abrió los ojos, risueña, y le enfocó directamente-, gracias por cuidar de mi.

-No me lo agradezcas, eres lo mejor que tengo, tesoro –Besó su frente.

-¿Sabes? –Pestañeó- Algún día podríamos irnos de aquí, juntos.

-¿Irnos? –La miró, extrañado pero divertido.

-Sí –Asintió. Una verdadera idea se estaba formando en su mente-, ya sabes. Irnos lejos de Glorysneg, los dos juntos… Sin que nadie nos moleste.

-¿Estarías dispuesta a perder todo tu tiempo conmigo?

-Estoy dispuesta a regalarte todo mi tiempo –Sonrió, esperando un beso que no tardó mucho en llegar.

Lo cierto era que se estaba planteando totalmente en serio la posibilidad de fugarse con Vladimir para no tener que casarse con Sergei, pero aquello implicaría algo que podía mandarlo todo al traste: para poder fugarse con su amado Vladimir, debía confesarle su verdadera naturaleza, y eso podía provocar su rechazo.

Ante el miedo que esto le provocaba, se aferró a él con más fuerza. Entonces, un escalofrío recorrió su espalda. Alguien les estaba observando desde algún lugar no muy lejos de allí…

* Olivié, sopa Schi, pelmeni, priánik: son platos típicos rusos. Si queréis más información sobre ellos me lo decís, pero ya adelanto que tienen muy buena pinta.

Mar de Kara

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tinieblas Nevadas en Wattpad